jueves, abril 21, 2011

Aunque parezca muy desordenado, creo que debería insertar aquí un párrafo para responder a un par de preguntas embarazosas. En primer lugar, ¿por qué seguía sentado en el coche? ¿Por qué no salía, por ejemplo, mientras estábamos parados ante un semáforo? Y lo que es aún más evidente, ante todo, ¿por qué me había metido en el coche...? Hay, para mí al menos, una docena de respuestas a estas preguntas, y todas ellas, aunque confusas, suficientemente válidas. Pero creo que puedo omitirlas y limitarme a reiterar que era 1942, que yo tenía veintitrés años, acaba de alistarme, acababa de darme cuenta de la eficacia de mantenerse junto al rebaño y, sobre todo, me sentía solo. Uno se mete sencillamente en los coches repletos y se queda allí sentado, así lo veo yo.

sábado, abril 02, 2011

Para que tú me oigas

Para que tú me oigas
Mis palabras
Se adelgazan a veces
Como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
Para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
Y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
Para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
Para tus blancas manos, suaves como las uvas.