lunes, febrero 27, 2012

Diálogo.

No sé si creerás que después de nuestra entrevista de esta mañana no he pensado más que en la inocencia de mis veintitrés años, y tú comienzas por ahí, como si lo hubieses adivinado. ¿Sabes lo que me decía antes? Si no tuviese fe en la vida, si dudase de la mujer amada, del orden universal, y estuviese persuadido, por el contrario, de que todo no es más que un caos infernal y maldito, y fuese yo presa de los horrores de la desilusión, incluso entonces querría vivir. Después de haber probado la copa encantada, no la dejaré más que cuando esté apurada. Es posible que hacia los treinta años, la añore sin apurar, e iré...no sé adónde. Pero hasta los treinta años estoy seguro de que mi juventud triunfará de todo, desencanto y desgana de vivir. Muchas veces me he preguntado si habría en el mundo una desesperación capaz de vencer en mí ese furioso apetito de vivir; pero creo que no existe, por lo menos, antes que cumpla mis treinta años. Esta sed de vivir la tratan de vil algunos moralistas morbosos y enfermos del pecho, sobre todo los poetas. Es verdad que es un rasgo característico de los Karamazov esta sed de vivir a toda costa: también está en ti; pero ¿por qué será vil? Hay aún bastante fuerza centripeta en nuestro planeta, Alioscha. Se puede vivir y yo vivo, aun a despecho de la lógica. No creo en el orden universal, pero amo los tiernos retoños de la primavera, el cielo azul y a algunas personas sin saber por qué. Amo también el heroismo, en el que quizá he dejado de creer hace mucho tiempo, pero lo venero por costumbre.