domingo, marzo 21, 2010

(...)
- Apostaría algo a que usted duda de que yo tenga también una necesidad seria.
- Me tiene sin cuidado -dijo Paulina con tono tranquilo e indiferente-. Puesto que me lo pregunta, sí, dudo que algo pueda atormentarlo profundamente. Usted es capaz de atormentarse, pero no en serio. Usted es un hombre desordenado e inestable. ¿Para qué necesita dinero? En ninguna de las razones que me expuso usted el otro día hallé nada serio.
- A propósito -le interrumpí-, me dijo usted que tenía necesidad de pagar una deuda. Una deuda importante, me parece. ¿Acaso el francés?
- ¿Qué significa esto? ¡Se siente usted muy caballero hoy! ¿Acaso ha bebido?
- Usted sabe que me permito decirlo todo y hacer a veces preguntas muy directas. Le repito que soy su esclavo. Un esclavo no puede confundirla, no puede ofenderla.
- ¡Qué absurdo! No puedo sufrir su teoría de la "esclavitud".
- Observe que no hablo de mi esclavitud porque desee ser su esclavo. Hablo de ella simplemente como de un hecho independiente de mi voluntad.
- Dígame francamente: ¿Para qué necesita dinero?
- Y usted ¿Por qué desea saberlo?
- Como quiera -repuso con altivez.
- Usted no soporta la teoría de la esclavitud, pero exige que sea su esclavo: "¡Responda sin replicar!" Muy bien, sea. Me pregunta usted por qué tengo necesidad de dinero. ¡Qué pregunta! El dinero...lo es todo.
- Comprendo, pero no hay que caer en semejante locura deseándolo. Porque usted va justamente al delirio, hasta el fatalismo. En ello hay algo, una finalidad precisa. Quiero que me hable sin rodeos, vamos.

Hubiérase dicho que empezaba a enojarse. Me encantaba que continuase haciéndome preguntas con ese tono colérico.

- Naturalmente, tengo una finalidad, pero no sabría explicarle cuál. Es simplemente que con dinero me convertiré en otro hombre, hasta a sus propios ojos, y dejaré de ser un esclavo.
- ¿Cómo? ¿Cómo lo conseguirá?
- ¿Que cómo lo conseguiré? ¡Ni siquiera puede usted comprender que yo pueda llegar a que usted me mire de manera distinta que a un esclavo! Esto es justamente lo que yo no quiero, no quiero esos asombros ni esas incomprensiones.
- Usted decía que esa esclavitud le resultaba deliciosa. Yo también lo creía.
- Usted lo creía -exclamé con una extraña voluptuosidad-. ¡Qué bella ingenuidad la suya! Pues bien, sí, la esclavitud que usted me hace sufrir es una delicia para mí.