Hoy siento unas ganas inmensas de compartir algo de mí, cosa
inusual pues siempre prefiero colgar algún texto de los escritores que más me gustan, ya que de todas formas ellos siempre tienen
las palabras precisas para decir lo que pienso -por supuesto que con una pluma
mucho más fina que la mía-. Con dicha introducción me refiero a que he hecho mías las palabras de Unamuno plasmadas en el prólogo segundo de Amor y Pedagogía: "Me has venido
hoy, lector, acompañando en este mutuo monodiálogo; me lo has estado
inspirando, soplando, sin tú saberlo; me has estado haciendo mientras yo lo
estaba haciendo y te estaba haciendo a ti como lector.” Y es que, a lo largo del Blog, siempre
he subido extractos en los que me reconozco, que siento que podría haber soplado.
Ahora no colgaré ningún
texto, sino que hablaré de otro tipo de reconocimiento; el personaje favorito
de la que ha sido mi serie favorita durante ya 8 años: ROMA.
Roma para mí es
como los Beatles a la música: verla se siente como en casa. Si bien no quiero
verla todo el día todos los días, y existen muchas series que me enamorizcan de a veces, cada
vez que comienzo a revivirla nuevamente –la veo una vez por año- siento que no tiene igual, y que siempre le tendré el respeto y cariño que merece. Y aunque para
muchos una serie es un divertimento pasajero –eso siento respecto al resto de las series- Roma es algo totalmente trascendente para mí. Aprendí mucho de historia, lealtad, amistad –quién no admira a amigos como Pullo y Voreno-, y de
rectitud, entre otras cosas.
Hoy recordaba cómo me
envicié la primera vez que la vi, y por supuesto, quién fue mi primer personaje
preferido. Debo reconocer que tuve un crush por Marco Antonio. Mi adoración por su figura me llevó a
sumergirme en un mar de novelas históricas, revistas históricas, libros y obras
de teatro trágicas y amorosas como la de Shakespeare. Recuerdo que sentí rabia
cuando leí las Filípicas de Cicerón, y odié durante mucho tiempo a una persona
de la que tengo certeza que nunca supo de mí: Cleopatra (jejeje). ¿Por qué me
gustaba tanto? En ese entonces encontraba lo máximo la forma de ser de Marco Antonio: irónico, bruto, triunfador, pasional y con esa pizca de maldad que lo hacía –a mi
gusto-perfecto. Además, James Purefoy es lo que se dice easy on the
eyes.
Debo haber visto la serie un
par de veces más hasta pasar a Cicerón –del amor al odio, un paso-. Recuerdo varias situaciones in
vino veritas en las que comenzaba a decir lo genial que era Cicerón y cómo estaba
segura de ser parte de su descendencia (jajaja, suelo hacer eso con los
personajes de historia que me gustan). Creo que mi admiración se fundaba en lo que
representa Cicerón: Un gran orador, pero sobre todo, un hombre que buscaba la
tranquilidad.
Cicerón era un hombre tan inteligente que supo manejar el Senado de forma tal que controlaba Roma sin la responsabilidad política que significaba ser cónsul o pro-cónsul –y aún más dictador, príncipe o emperador-. Sin ir más lejos, a él se ha atribuido la popularización del famoso S.P.Q.R: Senatus Populusque Romanus, “El Senado y el Pueblo Romano”; eslogan que adquirió el Senado para que el Pueblo creyera que ellos siempre estarían de su parte, que velaban por sus intereses frente al ejecutivo -concepto adelantado para la Roma Clásica, pero que utilizo con fines ilustrativos- y que, por tanto, eran los buenos.
En cuarto medio yo me sentía y quería ser como él: me enfocaba en leer y aprender, creía que tenía una súper inteligencia porque me iba bien en los ensayos sin gran esfuerzo, buscaba la tranquilidad de mi casa y ansiaba escoger una carrera que me proveyera el dinero y prestigio necesarios para dejar a todos tranquilos. Por supuesto que al final de la serie, y como realmente ocurrió en la historia, Cicerón decide que vivir tranquilo a cambio de dejar que te pisoteen o ir donde calienta el sol es peor, así que escribe las Filípicas y reconoce su adhesión a Marco Bruto y Casio -que habían sido declarados enemigos de Roma-. En respuesta, Marco Antonio, Lépido y Octavio contratan a la colegiatura del Aventino para que lo maten, le llenen la garganta de oro derretido, le corten las manos y las claven en las puertas del Senado.
Cicerón era un hombre tan inteligente que supo manejar el Senado de forma tal que controlaba Roma sin la responsabilidad política que significaba ser cónsul o pro-cónsul –y aún más dictador, príncipe o emperador-. Sin ir más lejos, a él se ha atribuido la popularización del famoso S.P.Q.R: Senatus Populusque Romanus, “El Senado y el Pueblo Romano”; eslogan que adquirió el Senado para que el Pueblo creyera que ellos siempre estarían de su parte, que velaban por sus intereses frente al ejecutivo -concepto adelantado para la Roma Clásica, pero que utilizo con fines ilustrativos- y que, por tanto, eran los buenos.
En cuarto medio yo me sentía y quería ser como él: me enfocaba en leer y aprender, creía que tenía una súper inteligencia porque me iba bien en los ensayos sin gran esfuerzo, buscaba la tranquilidad de mi casa y ansiaba escoger una carrera que me proveyera el dinero y prestigio necesarios para dejar a todos tranquilos. Por supuesto que al final de la serie, y como realmente ocurrió en la historia, Cicerón decide que vivir tranquilo a cambio de dejar que te pisoteen o ir donde calienta el sol es peor, así que escribe las Filípicas y reconoce su adhesión a Marco Bruto y Casio -que habían sido declarados enemigos de Roma-. En respuesta, Marco Antonio, Lépido y Octavio contratan a la colegiatura del Aventino para que lo maten, le llenen la garganta de oro derretido, le corten las manos y las claven en las puertas del Senado.
Una vez en la U, mi
personaje favorito era Julio César. Todavía me agrada mucho el César, además me
recuerda a mi pop. El actor que hace de él en Roma es tan bueno, que cada vez
que lo veo en otra serie siento que está disfrazado: él siempre será el César.
El César es todo lo que me gustaría ser: astuto, estratégico, genial, respetable y con ansias de ayudar a quienes eran invisibles para los antiguos gobernadores de Roma: el bajo pueblo. No obstante, su talón de aquiles es la soberbia. Si bien el título de dictador se hizo necesario por las circunstancias –mal que mal, se murió la mitad del Senado en la segunda guerra civil de la República, incluido el cónsul con el que compartía sillas, Pompeyo- no fue necesario que el título fuese perpetuo, sobre todo considerando lo dolorosa que resultaba la tiranía para sus compatriotas. Parafraseando a Cicerón: "Somos sus esclavos, pero él, esclavo de su época".
Pese a que me siento muy distinta a Julio César –no sé si alguna vez me pude identificar con él, nada más lo admiraba muchísimo-, sigo sufriendo inmensamente con la escena de su muerte. ¡Qué forma más cobarde de matar a alguien! (Bruto se tiene bien merecido su lugar en el círculo de los tres grandes traicioneros de la Historia en el infierno de Dante)
El César es todo lo que me gustaría ser: astuto, estratégico, genial, respetable y con ansias de ayudar a quienes eran invisibles para los antiguos gobernadores de Roma: el bajo pueblo. No obstante, su talón de aquiles es la soberbia. Si bien el título de dictador se hizo necesario por las circunstancias –mal que mal, se murió la mitad del Senado en la segunda guerra civil de la República, incluido el cónsul con el que compartía sillas, Pompeyo- no fue necesario que el título fuese perpetuo, sobre todo considerando lo dolorosa que resultaba la tiranía para sus compatriotas. Parafraseando a Cicerón: "Somos sus esclavos, pero él, esclavo de su época".
Pese a que me siento muy distinta a Julio César –no sé si alguna vez me pude identificar con él, nada más lo admiraba muchísimo-, sigo sufriendo inmensamente con la escena de su muerte. ¡Qué forma más cobarde de matar a alguien! (Bruto se tiene bien merecido su lugar en el círculo de los tres grandes traicioneros de la Historia en el infierno de Dante)
Finalmente hablaré del personaje que más me agrada actualmente: Lucio Voreno. Voreno pasó para mí sin pena ni gloria las primeras veces que vi la serie. Incluso he
de reconocer que le tenía cierto desdén por haber sido manipulado tan fácilmente por la
esclava de Servilia y no estar ahí para defender al César en los trágicos Idus
de Marzo. Me parecía un tipo aburrido, demasiado apegado a sus
principios, correcto al punto de no hacer sentido. No obstante, la madurez me ha enseñado a entenderlo; no hay forma en la que
uno traicione sus principios, por muchas ganas que tenga de devolver la moneda.
Voreno, durante los 8 años que estuvo en las Galias, jamás estuvo con otra mujer, incluso rechazó a Cleopatra; mientras que Niobe, por otro lado, tuvo un hijo con el marido de su hermana. Algunos dirán que ella pensaba que Voreno estaba muerto, ok, pero ¡¿con el marido de su hermana?! Cuando Voreno volvió de la guerra, en vez de estar feliz, lo detestaba, y Voreno, haciendo caso omiso de las invitaciones de Pullo a burdeles o sus recomendaciones de golpizas, se mantenía ahí, con ella y sus hijos, viviendo de forma respetable. Aún después de muerta, guardaba como un tesoro la foto de Niobe, la seguía amando pese a todo, sentía la culpa sobre sí puesto que creía no haber sido todo lo bueno que pudo haber sido con ella. Ahora, sin ser un hombre romántico ni pasional, Voreno jamás la traicionó (pese a que eso era lo más común dentro del círculo de centuriones que estaban lejos de su hogar por la guerra), y la hizo a ella y a sus hijos la prioridad de su vida.
Voreno, durante los 8 años que estuvo en las Galias, jamás estuvo con otra mujer, incluso rechazó a Cleopatra; mientras que Niobe, por otro lado, tuvo un hijo con el marido de su hermana. Algunos dirán que ella pensaba que Voreno estaba muerto, ok, pero ¡¿con el marido de su hermana?! Cuando Voreno volvió de la guerra, en vez de estar feliz, lo detestaba, y Voreno, haciendo caso omiso de las invitaciones de Pullo a burdeles o sus recomendaciones de golpizas, se mantenía ahí, con ella y sus hijos, viviendo de forma respetable. Aún después de muerta, guardaba como un tesoro la foto de Niobe, la seguía amando pese a todo, sentía la culpa sobre sí puesto que creía no haber sido todo lo bueno que pudo haber sido con ella. Ahora, sin ser un hombre romántico ni pasional, Voreno jamás la traicionó (pese a que eso era lo más común dentro del círculo de centuriones que estaban lejos de su hogar por la guerra), y la hizo a ella y a sus hijos la prioridad de su vida.
Por otro lado, Voreno no
era una persona que pudiera disfrutar con los placeres hedonistas de la vida,
era un estoico de tomo y lomo; prefería la tranquilidad de compartir con su esposa e hijos antes que
irse de juerga, aún cuando en una sociedad machista como la romana estaba en todo su
derecho y más. Voreno era fiel a sus principios, tanto que incluso rechazó la cuantiosa oferta para unirse a los evocatii puesto que discrepaba de los métodos del César desde la “invasión” a Roma que consideró hecha luego de cruzado el Rubicón.
La muerte de Voreno siempre me pone muy triste. Pese a que lo
intentó, nunca pudo resarcir sus errores pasados; y ad portas del Hades, resistió la grave herida hecha en Egipto con el único fin de volver a Roma y pedir perdón, una vez
más, a sus hijos.
Con
22 años, y a 8 años de Roma, he llegado a admirar e identificarme con Voreno.
Muchas veces me siento incapaz de traicionar lo que pienso, mis principios,
aunque vea que la mayoría a mi alrededor lo hace. Odio la inconsecuencia como
nada, y es por eso que me cuesta querer a las personas, no puedo evitar juzgar,
y aunque me console pensando “haré lo mismo para que sepan cómo se siente” o “haré
lo mismo para no frustrarme” sé que
jamás podré hacerlo. No entiendo la conducta de quienes sólo buscan el éxito o el placer por el placer,
traicionando todo de por medio para alcanzarlo; no los entiendo pues ¿qué es
la felicidad sino vivir como uno cree correcto? ¿qué es la felicidad sino
tranquilidad espiritual? Y he ahí el craso error, pues como dice el adagio “la
felicidad es buena salud y mala memoria”, lo más fácil y feliz del mundo es no
creer en nada, dar discursos, y después vivir feliz de la vida contrariándolos.
Si no puedes vivir así, si no puedes evitar ser fiel a tus principios, te es más difícil sentir alegría, y en el peor de los casos caerás en la “Enfermedad Voreno”, esa que le explica a Marco Antonio
antes del “suicidio asistido” con el siguiente diálogo:
- “You’re no coward, but you do have a strong disease in your soul. A disease that will eat away at you - until you die”.
“Really. And what is this disease?”
"I don’t know. I’m not a doctor.”
“No - no you’re not. So how can you be so sure of your diagnosis?”
“I recognize your symptoms. I have the same sickness”.