sábado, abril 06, 2013

De Marco Antonio a Lucio Voreno.

Hoy siento unas ganas inmensas de compartir algo de mí, cosa inusual pues siempre prefiero colgar algún texto de los escritores que más me gustan, ya que de todas formas ellos siempre tienen las palabras precisas para decir lo que pienso -por supuesto que con una pluma mucho más fina que la mía-. Con dicha introducción me refiero a que he hecho mías las palabras de Unamuno plasmadas en el prólogo segundo de Amor y Pedagogía: "Me has venido hoy, lector, acompañando en este mutuo monodiálogo; me lo has estado inspirando, soplando, sin tú saberlo; me has estado haciendo mientras yo lo estaba haciendo y te estaba haciendo a ti como lector.” Y es que, a lo largo del Blog, siempre he subido extractos en los que me reconozco, que siento que podría haber soplado. Ahora no colgaré ningún texto, sino que hablaré de otro tipo de reconocimiento; el personaje favorito de la que ha sido mi serie favorita durante ya 8 años: ROMA. 


Roma para mí es como los Beatles a la música: verla se siente como en casa. Si bien no quiero verla todo el día todos los días, y existen muchas series que me enamorizcan de a veces, cada vez que comienzo a revivirla nuevamente –la veo una vez por año- siento que no tiene igual, y que siempre le tendré el respeto y cariño que merece. Y aunque para muchos una serie es un divertimento pasajero –eso siento respecto al resto de las series- Roma es algo totalmente trascendente para mí. Aprendí mucho de historia, lealtad, amistad –quién no admira a amigos como Pullo y Voreno-, y de rectitud, entre otras cosas. 

Hoy recordaba cómo me envicié la primera vez que la vi, y por supuesto, quién fue mi primer personaje preferido. Debo reconocer que tuve un crush por Marco Antonio. Mi adoración por su figura me llevó a sumergirme en un mar de novelas históricas, revistas históricas, libros y obras de teatro trágicas y amorosas como la de Shakespeare. Recuerdo que sentí rabia cuando leí las Filípicas de Cicerón, y odié durante mucho tiempo a una persona de la que tengo certeza que nunca supo de mí: Cleopatra (jejeje). ¿Por qué me gustaba tanto? En ese entonces encontraba lo máximo la forma de ser de Marco Antonio: irónico, bruto, triunfador, pasional y con esa pizca de maldad que lo hacía –a mi gusto-perfecto. Además, James Purefoy es lo que se dice easy on the eyes


Debo haber visto la serie un par de veces más hasta pasar a Cicerón –del amor al odio, un paso-. Recuerdo varias situaciones in vino veritas en las que comenzaba a decir lo genial que era Cicerón y cómo estaba segura de ser parte de su descendencia (jajaja, suelo hacer eso con los personajes de historia que me gustan). Creo que mi admiración se fundaba en lo que representa Cicerón: Un gran orador, pero sobre todo, un hombre que buscaba la tranquilidad. 

Cicerón era un hombre tan inteligente que supo manejar el Senado de forma tal que controlaba Roma sin la responsabilidad política que significaba ser cónsul o pro-cónsul –y aún más dictador, príncipe o emperador-. Sin ir más lejos, a él se ha atribuido la popularización del famoso S.P.Q.R: Senatus Populusque Romanus, “El Senado y el Pueblo Romano”; eslogan que adquirió el Senado para que el Pueblo creyera que ellos siempre estarían de su parte, que velaban por sus intereses frente al ejecutivo -concepto adelantado para la Roma Clásica, pero que utilizo con fines ilustrativos- y que, por tanto, eran los buenos. 

En cuarto medio yo me sentía y quería ser como él: me enfocaba en leer y aprender, creía que tenía una súper inteligencia porque me iba bien en los ensayos sin gran esfuerzo, buscaba la tranquilidad de mi casa y ansiaba escoger una carrera que me proveyera el dinero y prestigio necesarios para dejar a todos tranquilos. Por supuesto que al final de la serie, y como realmente ocurrió en la historia, Cicerón decide que vivir tranquilo a cambio de dejar que te pisoteen o ir donde calienta el sol es peor, así que escribe las Filípicas y reconoce su adhesión a Marco Bruto y Casio -que habían sido declarados enemigos de Roma-. En respuesta, Marco Antonio, Lépido y Octavio contratan a la colegiatura del Aventino para que lo maten, le llenen la garganta de oro derretido, le corten las manos y las claven en las puertas del Senado. 


Una vez en la U, mi personaje favorito era Julio César. Todavía me agrada mucho el César, además me recuerda a mi pop. El actor que hace de él en Roma es tan bueno, que cada vez que lo veo en otra serie siento que está disfrazado: él siempre será el César. 

El César es todo lo que me gustaría ser: astuto, estratégico, genial, respetable y con ansias de ayudar a quienes eran invisibles para los antiguos gobernadores de Roma: el bajo pueblo. No obstante, su talón de aquiles es la soberbia. Si bien el título de dictador se hizo necesario por las circunstancias –mal que mal, se murió la mitad del Senado en la segunda guerra civil de la República, incluido el cónsul con el que compartía sillas, Pompeyo- no fue necesario que el título fuese perpetuo, sobre todo considerando lo dolorosa que resultaba la tiranía para sus compatriotas. Parafraseando a Cicerón: "Somos sus esclavos, pero él, esclavo de su época". 

Pese a que me siento muy distinta a Julio César –no sé si alguna vez me pude identificar con él, nada más lo admiraba muchísimo-, sigo sufriendo inmensamente con la escena de su muerte. ¡Qué forma más cobarde de matar a alguien! (Bruto se tiene bien merecido su lugar en el círculo de los tres grandes traicioneros de la Historia en el infierno de Dante)


Finalmente hablaré del personaje que más me agrada actualmente: Lucio Voreno. Voreno  pasó para mí sin pena ni gloria las primeras veces que vi la serie. Incluso he de reconocer que le tenía cierto desdén por haber sido manipulado tan fácilmente por la esclava de Servilia y no estar ahí para defender al César en los trágicos Idus de Marzo. Me parecía un tipo aburrido, demasiado apegado a sus principios, correcto al punto de no hacer sentido. No obstante, la madurez me ha enseñado a entenderlo; no hay forma en la que uno traicione sus principios, por muchas ganas que tenga de devolver la moneda. 

Voreno, durante los 8 años que estuvo en las Galias, jamás estuvo con otra mujer, incluso rechazó a Cleopatra; mientras que Niobe, por otro lado, tuvo un hijo con el marido de su hermana. Algunos dirán que ella pensaba que Voreno estaba muerto, ok, pero ¡¿con el marido de su hermana?! Cuando Voreno volvió de la guerra, en vez de estar feliz, lo detestaba, y Voreno, haciendo caso omiso de las invitaciones de Pullo a burdeles o sus recomendaciones de golpizas, se mantenía ahí, con ella y sus hijos, viviendo de forma respetable.  Aún después de muerta, guardaba como un tesoro la foto de Niobe, la seguía amando pese a todo, sentía la culpa sobre sí puesto que creía no haber sido todo lo bueno que pudo haber sido con ella. Ahora, sin ser un hombre romántico ni pasional, Voreno jamás la traicionó (pese a que eso era lo más común dentro del círculo de centuriones que estaban lejos de su hogar por la guerra), y la hizo a ella y a sus hijos la prioridad de su vida. 


Por otro lado, Voreno no era una persona que pudiera disfrutar con los placeres hedonistas de la vida, era un estoico de tomo y lomo; prefería la tranquilidad de compartir con su esposa e hijos antes que irse de juerga, aún cuando en una sociedad machista como la romana estaba en todo su derecho y más. Voreno era fiel a sus principios, tanto que incluso rechazó la cuantiosa oferta para unirse a los evocatii puesto que discrepaba de los métodos del César desde la “invasión” a Roma que consideró hecha luego de cruzado el Rubicón.

La muerte de Voreno siempre me pone muy triste. Pese a que lo intentó, nunca pudo resarcir sus errores pasados; y ad portas del Hades, resistió la grave herida hecha en Egipto con el único fin de volver a Roma y pedir perdón, una vez más, a sus hijos.


Con 22 años, y a 8 años de Roma, he llegado a admirar e identificarme con Voreno. Muchas veces me siento incapaz de traicionar lo que pienso, mis principios, aunque vea que la mayoría a mi alrededor lo hace. Odio la inconsecuencia como nada, y es por eso que me cuesta querer a las personas, no puedo evitar juzgar, y aunque me console pensando “haré lo mismo para que sepan cómo se siente” o “haré lo mismo para no frustrarme” sé que jamás podré hacerlo. No entiendo la conducta de quienes sólo buscan el éxito o el placer por el placer, traicionando todo de por medio para alcanzarlo; no los entiendo pues ¿qué es la felicidad sino vivir como uno cree correcto? ¿qué es la felicidad sino tranquilidad espiritual? Y he ahí el craso error, pues como dice el adagio “la felicidad es buena salud y mala memoria”, lo más fácil y feliz del mundo es no creer en nada, dar discursos, y después vivir feliz de la vida contrariándolos. Si no puedes vivir así, si no puedes evitar ser fiel a tus principios, te es más difícil sentir alegría, y en el peor de los casos caerás en la “Enfermedad Voreno”, esa que le explica a Marco Antonio antes del “suicidio asistido” con el siguiente diálogo: 
- “You’re no coward, but you do have a strong disease in your soul. A disease that will eat away at you - until you die”. 
“Really. And what is this disease?”  
"I don’t know. I’m not a doctor.”
“No - no you’re not. So how can you be so sure of your diagnosis?” 
“I recognize your symptoms. I have the same sickness”.

sábado, marzo 02, 2013

March 2, 1904

"I like nonsense, it wakes up the brain cells. Fantasy is a necessary ingredient in living...it's a way of looking at life through the wrong end of a telescope. Which is what i do, and that enables you to laugh at life's realities."

viernes, agosto 24, 2012

Comentario

“Me he recluido sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrir. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo y ahora no encuentro la llave; y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir”.

¡Es peligroso crear abismos en los afectos humanos, no tanto por su longitud y anchura, sino porque rápidamente se cierran sobre sí mismos!.

En medio de la aparente confusión de nuestro mundo misterioso, los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, que con solo dar un paso a un costado durante un instante, un hombre se expone al pavoroso riesgo de perder su lugar para siempre. Ese hombre puede convertirse, por así decirlo, en el paria del Universo.

¿No encierra esta historia una profunda moraleja? Si el resultado de uno, o de todos nuestros actos, pudiera ser proyectado y desarrollado ante nosotros, algunos dirían que eso es el destino y se preguntarían sobre él, mientras otros se dejarían arrastrar por sus deseos apasionados, y ninguno sería disuadido por los retratos proféticos.